Debido a la conveniencia de conocer la Historia para poder enterrarla y superarla en vez de repetirla, me permito reproducir un ensayo del 19 de febrero de 2009, con la esperanza de que pueda aportar algo para entender el actual proceso de paz, tanto como las motivaciones, intereses y razones de sus protagonistas, para ver qué camino tomamos las mayorías, que ya no soportamos más suplantaciones ni engaños.
¡Queremos y podemos ser protagonistas, como cualquier lobo, en vez de siempre víctimas o corderos!!
SUBVERSIÓN Y ESTADO
(20090219)
Las guerrillas de izquierda en Colombia surgieron como grupos enemigos del Estado y las instituciones vigentes. Siempre los han combatido, para reemplazarlos por otros. Su bandera política siempre ha sido hacer una revolución a través de las armas para cambiar el Estado "burgués" por un Estado "proletario".
Pero la experiencia mundial demuestra que tanto éste como los métodos para instaurarlo han fracasado históricamente. Ninguno logró consolidar una auténtica democracia, ni siquiera para las clases populares a cuyo nombre se pretendía legitimar el nuevo orden social. No han pasado de ser Estados totalitarios manejados por el partido o, peor aún, por sus jerarcas, en particular por el "Secretario General".
Sin duda, por tanta evidencia, las revoluciones armadas son un anacronismo. Tenemos que dejar de matarnos y el futuro no puede caer -como el presente y el pasado- en manos de los guerreros con cerebros de reptiles, convencidos de que la violencia es inevitable y hay que ejercerla sobre el débil crédulo o impotente, para someterlo y volverlo siervo de los humanos de primera: los que no titubean en cometer cualquier crimen para imponerles su voluntad y la defensa de sus privilegios a quienes los consideran "grandes hombres".
El futuro pertenece a la sociedad civil civilizada -y valga la cacofonía porque hay sociedades civiles cuyos miembros no pasan de ser unos fanáticos sumidos en la ignorancia, incapaces de juzgar con objetividad y de identificar sus derechos que confunden con las ambiciones de sus dirigentes. Sin duda, son unos incivilizados que desconocen las conquistas del esfuerzo humano y su capacidad para superar el instinto asesino que tantos dividendos le ha dado a los poderosos a través del discurrir de la especie. Especie ya harta de criminales inescrupulosos disfrazados de "salvadores" o "líderes".
Ésta especie nuestra, prevalida de su civilidad y solidaria en la defensa de sus derechos y los de la misma Tierra, será la encargada de poner a los aspirantes a dioses en su puesto de ciudadanos, como cualquiera, aunque sus megalomanías y mesianismos los hagan considerarse indispensables y los animen a repetir con el rey Sol: El Estado soy yo.
El ruin, sucio, degradado y degradante crimen del secuestro casi tan asqueroso como los de la desaparición forzada, la vil y consuetudinaria limpieza social y los aterradores falsos positivos que reducen aún más a sus autores a la condición de bestias, y a la que son tan aficionados los esbirros del régimen- es un acto que desacredita a quienes lo ejercen sin importar el motivo que señalen ni la "causa" que aduzcan.
Ninguna de las dos categorías de crímenes es admisible; ni sus promotores de extrema (derecha o izquierda) tienen la dignidad, ni la limpieza, ni la capacidad para dirigir o gobernar un país en las albores del s. XXI, cuando el espacio político es para la inteligencia, y la fuerza es un recurso anacrónico, por primitivo y absolutamente letal hogaño, con el armamento atómico, tan a la mano de algunos trogloditas mentales ganosos de usarlo.
El futuro no puede seguir dándoles oportunidades a los asesinos ambiciosos, despiadados y sin escrúpulos que continúan posando de estadistas, ya sea en ejercicio o como coronación de su lucha "heroica" pero aberrada, vil y cobarde en la medida en que sus víctimas son civiles inermes.
Sin duda, los guerrilleros han renegado de las instituciones y las normas vigentes, para imponer las suyas.
De la única manera que se someterían -!ojalá la civilidad hallase otra¡- sería venciéndolos militarmente, lo que debe ser posible y Álvaro Uribe supo manipularlo magistralmente para hacerse elegir y reelegir (y, si somos pendejos, volverse a reelegir), aunque más de 40 años de intentos fracasados parecen desmentirlo.
Ante tanto fracaso real, que los fementidos triunfos verbales y mediáticos tampoco alcanzan a tapar, su estrategia ya no es la soñada y prometida derrota militar de las FARC, con que Uribe se ganó el corazón de los colombianos achicopalados por la guerrilla.
Aunque continúa los bombardeos, e insiste en intensificarlos como anunció Juan Manuel Santos mientras Sigifredo López daba su rueda de prensa y denunciaba el garrafal error del Gobierno ajeno a las vidas de los secuestrados; como no ve fácil ganar, pretende que los guerrilleros declaren unilateralmente su rendición y liberen a los secuestrados, o los maten mientras el Gobierno hace sus amagues de liberación que buscan precipitar el destino fatal que todos conocemos porque los hechos lo han comprobado en varias dolorosas ocasiones.
No obstante, Uribe sigue empeñado en lograrlo, y algunos resultados alcanza a mostrar, aunque no pudo exterminarlos en su primer año de gobierno (como prometió el ministro ladrón, Fernando Londoño Hoyos) y es dudoso que lo consiga antes de que resuelva ceder el solio presidencial a otros aspirantes, quizás más ineptos y menos comprometidos, menos lúcidos y peor asesorados, pero que también tienen derecho a gobernar, sobre todo si son criollos marranos, como los santos judíos.
Esperemos que ante la costosa impotencia arrogante del Estado, los guerrilleros resuelvan rendirse y libertar a sus plagiados. La salud mental del presidente lo requiere urgentemente.
Mientras tanto, el Estado legítimo, el constitucional, tan devastado y golpeado por los políticos del régimen, se niega a cumplir su obligación más elemental, la que justifica su existencia y todos exigimos y esperamos que cumpla sin esguinces: la protección de la vida de los ciudadanos atados al pacto social de 1991, y hasta la de quienes lo combaten.
Esa falta de disposición para cumplir su deber fundamental fue la que sustentó las acusaciones de Alan Jara cuando dijo que el Gobierno no ha hecho nada por los secuestrados, aunque después se vio obligado a matizar sus afirmaciones para evitar un linchamiento por los uribistas con fe de carbonero.
A pesar de que ha adulterado tanto ese pacto excepcionalmente democrático, el Gobierno no puede renunciar a su obligación suprema, aunque en la práctica lo haya hecho y lo siga haciendo, aprovechando la anestesia del populismo y la demagogia uribistas que ya parecen estar levantando sospechas entre sus seguidores con capacidad crítica, y de las que el mundo se burla desde que le dio por regañar y catequizar a todo el universo, convencido por José Obdulio de que a todos los puede engañar, como engaña a sus seguidores campesinos cuasi analfabetos, quienes creen que el mundo jamás había conocido un estadista tan lúcido, honesto y dedicado.
Por eso tiene que propiciar el "intercambio humanitario" para salvar la vida de los secuestrados al precio que sea adecuado.
Tiene que admitir lo que Sigifredo López, un hombre lúcido y que pudo reflexionar durante años al respecto, dijo en la rueda de prensa posterior a su liberación: el intercambio humanitario no es un instrumento para la paz. Pretender que lo sea es desnaturalizar la esencia del intercambio tal como se ha entendido siempre en los conflictos: que cada bando recupere los suyos”
O sea, exigir que los guerrilleros que saliesen de las cárceles, a causa de un Acuerdo Humanitario, no se reintegren a la guerrilla es como pedir que los soldados y policías intercambiados no pudiesen reintegrarse a las filas oficiales.
Si tocase despejar, lo cual, por fortuna, parece que dejó de ser una exigencia de los subversivos, habría que hacerlo mediante una negociación seria que comprometiese ineludiblemente a los "bandidos" y "terroristas" alzados en armas contra el régimen y sin ningún mandato popular que los vincule a la defensa de los derechos constitucionales de los ciudadanos.
La actuación de Uribe, más bien -como en tantas oportunidades que permiten calificarlo de oclócrata al reconocerlo como el primer enemigo del Contrato Social Democrático que juró defender-, se dirige a conculcar deliberadamente tales prerrogativas conquistadas por la ciudadanía y consagradas en la constitución de 1991.
Es indispensable distinguir claramente entre un gobierno legítimo, cuyas obligaciones están taxativamente definidas en el texto constitucional, y quienes lo desconocen y combaten.
Después de que aquel garantice la vida e integridad de los secuestrados, y todos hallan sido liberados y puestos a salvo, pues que los militares hagan sus guerras y se maten mutuamente a su antojo por sus ambiciones, principios o ilusiones.
Quizás hasta no importe que sea acudiendo a la "Mano negra" o Escuadrones de la muerte a los que son tan aficionados los dictadores. ¡Pero claro que sí importa ole Mancusos, Bernas,... Uribes, Araújos!
¡Estamos hartos de crímenes! Por eso, a pesar del expreso carácter subversivo de las FARC que torna absurdo cualquier llamado a que respeten la Constitución que están combatiendo pero que el presidente sí tiene que respetar porque juró hacerlo, tampoco tienen derecho a cometer crímenes de lesa humanidad, como el asesinato confesado de 8 Indígenas awa (que puede ascender a 18, según la ONIC), acusados de espionaje a favor del Ejército.
Es algo que va contra los principios de verdaderos revolucionarios políticamente acertados. De ninguna manera se compagina con una conducta profundamente respetuosa en nuestro trato con las masas y hacia sus intereses, que es la que defiende Tirofijo en sus Cuadernos de campaña.
De todos modos, es absurdo pretender que los secuestradores enemigos del Estado sean los que garanticen los derechos de aquellos secuestrados a quienes ese mismo Estado no pudo asegurarles la libertad pero ahora intenta renunciar a su obligación de enmendar la plana porque el orgullo del gobernante lo obnubila. Tiene que darse la pela si intenta conservar legitimidad, ajustando sus actos al mandato constitucional vigente.
Es ridículo, y una obvia declaración de su incapacidad como gobernante para sacar adelante a su pueblo, que pretenda que los asesinos secuestradores sean los garantes de los derechos de sus víctimas.
¿Será que la declaración de que el pueblo colombiano había elegido por más de 40 años a Tirofijo no fue un lapsus linguae sino la confirmación de la alternativa única, lo cual lo indujo a cederles a las FARC el ejercicio del poder por su persistente incapacidad -a pesar de su arduo trabajo y su total entrega, que supera la de Bolívar, según los contemporáneos cuyo amor ha comprado con el erario-, de asegurarles a los asociados el disfrute pleno de sus derechitos, en particular el engolosinador de la vida, que tanto gusto parece darle al dentón e irreverente Alan Jara?
Furioso por los éxitos internacionales de Piedad Córdoba, que contrastan tanto con el ridículo que su ángel guardián le ha hecho cometer, la negativa a adelantar conversaciones para un Acuerdo Humanitario despeja cualquier duda sobre su sabotaje permanente a esa salida, y pone de presente la hipocresía neolingüísta y malévola que ha empleado desde 2002 para hacerles creer a sus partidarios, entre muchas mentiras, que sí le interesa la vida de los secuestrados y desea garantizarles su libertad, como se lo ordena la Constitución Nacional, esa que viola constantemente.
Es que no entiende que la arrasadora actitud de Alejandro, incapaz de deshacer el Nudo Gordiano mediante habilidad y talento, pero resuelto a destruirlo por la fuerza acudiendo a su filosa espada, si entonces despertó admiración en las mentes serviles, ahora constituye un recurso bestial y despreciable, pues es la inteligencia en vez de la fuerza el signo de los tiempos.
Ya pasó el de los domadores de caballos sometiendo a la condición de bestias domesticadas a sus semejantes.
Tal vez es la hora de los filósofos suplantando a los guerreros, si admitimos que filósofo puede ser cualquiera con la mente libre y acceso a Internet, que vaya más allá del Chat, sin renunciar a este contacto tan inusitadamente universal, en tiempo real.
¿Quién se niega a ser un enamorado del conocimiento cuando la ciencia nos invade? Se imponen el respeto y la convivencia, lo que Cristo llamó el amor al prójimo, tan intenso como el amor propio para los que se respetan a sí mismos.