De buenos muchachos a policías asesinos
Darío Botero Pérez
Confirmando la denuncia famosa de Cindy Sheehan, que le esputó al tarado Bush su talante criminal e indecente tras perder a su hijo en la invasión a Afganistán, son evidentes los niveles de desprecio por la vida ajena que caracterizan a las fuerzas represivas oficiales de USA, pervertidas por las canalladas y ambiciones de los plutócratas.
Su sangre fría para asesinar -adquirida en esos, inhumanos e injustificados, genicidios de musulmanes inermes- es evidente en su lucha contra el "enemigo interno", entendido como los numerosos fracasados carentes de influencias y recursos, cuyas vidas desprecia el sistema, según constantemente lo confirman sus agentes oficiales encargados de la represión.
Es algo que, a pesar de la retórica de los potentados y sus siervos, ha quedado en evidencia ante el Mundo entero con los videos que muestran y demuestran, sin lugar a dudas ni a interpretaciones afrentosas para las víctimas y contrarias a la Verdad, su sevicia y falta de escrúpulos y sindéresis al asesinar ciudadanos inermes de inferior categoría.
Como tales los consideran, por eso los matan como a ratas, según sus prejuicios discriminadores y excluyentes, pese a que no han dado motivos para ser tratados de esa manera, pues su mansedumbre está filmada, expuesta a la conciencia de todos y no solamente a las arbitrariedades de jueces y fiscales venales, que patrocinan esos crímenes al no castigarlos.
Por mucho, todos éstos son criminales más despiadados y peores que los fanáticos yihadistas, quienes agitan una causa escatológica de carácter superior, a su deformado juicio, para cometer sus abominables actos que su monstruoso dios les premiaría.
En cambio, los asesinos uniformados que protegen a los potentados ladrones de Wall Street y a los politiqueros títeres que les sirven sin condiciones, proceden por mera inercia criminal legalizada por el establecimiento.
Actúan como buenos, incondicionales e inescrupulosos defensores del complejo industrial-militar, de los banqueros, de los mineros depredadores y de los demás potentados estafadores, degenerados y perversos que promueven el saqueo de los recursos naturales, la violencia y la guerra en todo el planeta, obteniendo inmensas ganancias monetarias y hegemonía política y militar que les permite adueñarse de la biosfera y la Vida para destruirlas.
Se justifican con razones tan macabras como la vigencia y la defensa de la segunda enmmienda, que autoriza a los ciudadanos a armarse para defenderse, como era lo usual en el lejano y salvaje oeste.
Matan por simple precaución, aplicando a nivel local-sin remordimientos, como un deber elemental inherente a su condición de gendarmes "profesionales", ajenos e indiferentes al mal que causan- las doctrinas de prudente "guerra preventiva" y de simples "daños colaterales" o "no intencionales", abierta y ramplonamente ilegales; absolutamente anacrónicas y retrógradas, inhumanas y despiadadas, que desmienten cualquier ilusión de progreso antropológico y civilizatorio albergada por las culturas eurocentristas y cristianas, tan arrogantes y falaces.
Como sabemos, estas bárbaras recetas genocidas y depredadoras las impuso la Continuity of Government durante la presidencia del peligroso sicópata alcohólico y cocainómano, George W. Bush -pisoteando naciones soberanas y la legalidad internacional que dizque las ampara-, para realizar su compromiso por desatar la "guerra de civilizaciones".
Por fortuna, todavía no les ha cuajado lo suficiente, aunque la llevan muy avanzada, lo cual exige la reacción urgente de las mayorías, si nos negamos a que nos masacren, buscando extinguirnos tanto como esclavizar a los 500 millones de sobrevivientes que esperan conservar como sus servidores incondicionales.
En consecuencia, el pueblo usano no tiene más remedio que reconocer su realidad de víctimas impotentes de seres perversos que los engañan y subyugan, sin abstenerse de asesinarlos impunemente cuando pertenecen a etnias no sajonas o tercermundistas, o a descendientes de negros esclavizados durante la arrasadora colonización blanca.
Así confirman las hondas diferencias sociales de los basp, los sionistas y los masones respecto a las masas alienadas y sin derechos que creen vivir en la tierra de la igualdad, la libertad y las oportunidades.
Los plutócratas desalmados difunden fantasías como si fuesen la realidad, cuando lo cierto es que "Estados Unidos es una sociedad profundamente desigual, en donde el diferencial de ingresos y riquezas entre los más ricos y los más pobres asumió, en el último cuarto de siglo, ribetes escandalosos y jamás vistos en su historia", como bien lo anota Atilio Borón en "Matar por matar", escrito que adjunto a continuación.
El asesinato de policías como venganza obvia por el de negros inermes que ha escandalizado al Mundo, indica que las ilusiones del paraiso de celuloide se desmoronan, pero el artículo adjunto se escribió antes, según su fecha de publicación, de modo que no los reseña.
Pero el acierto de su análisis es contundente; aporta bastantes elementos innegables, suficientes para desmentir y ridiculizar mitos funestos, alentando a combatir a quienes los imponen en su beneficio.
Lo tomé del enlace http://www.aporrea.org/internacionales/a229433.html
Por: Atilio Borón
Lunes, 13/06/2016 05:10 PM
En el imaginario colectivo de gran parte del mundo la sociedad norteamericana es la sociedad ideal. Según esa construcción más que ideológica mitológica, una verdadera proeza de la industria cultural de ese país, los Estados Unidos son una sociedad abierta, de intensa movilidad social, pletórica de derechos, igualitaria, amante de la paz, los derechos humanos, la justicia y la democracia. Una sociedad, además, que se ha arrogado una misión supuestamente encomendada por la Providencia para difundir por todo el mundo el mensaje mesiánico y salvífico que redimiría a la humanidad de sus pecados y sus miserias. Pero esa imagen nada tiene que ver con la realidad. Estados Unidos es una sociedad profundamente desigual, en donde el diferencial de ingresos y riquezas entre los más ricos y los más pobres asumió, en el último cuarto de siglo, ribetes escandalosos y jamás vistos en su historia. Una sociedad que a siglo y medio de la abolición de la esclavitud sigue estigmatizando y persiguiendo a los afroamericanos con una virulencia que, desde que uno de ellos, Barack Obama, asumió la presidencia de la república no hizo sino crecer. Hacía décadas que policías blancos no mataban a tantos negros en las calles de Estados Unidos. Una sociedad que presume de ser democrática cuando los más brillantes intelectuales de ese país no dudan en caracterizarla como una obscena plutocracia.
Pero sobre todo, Estados Unidos es una sociedad enferma, con una proporción de adictos a toda clase de drogas que no tiene parangón a escala mundial y que constituye el gran estímulo para el negocio del narcotráfico; y con una propensión al asesinato indiscriminado de niños en una escuela, de personas en un cine, de afroamericanos que concurren a su iglesia, de gente que acude a un shopping, de estudiantes que concurren a sus clases en la universidad o de gays que van a un bar con sus amigos y que, de repente, entra uno de estos psicópatas armados hasta los dientes y comienza a disparar sin ton ni son, al voleo, matando por matar. Y no son hechos aislados sino rasgos profundos y reiterativos de una patología social. Un reportaje de la BBC indica que en el año 2015 hubo en Estados Unidos 372 balaceras masivas, que mataron un total de 475 personas e hirieron a 1.870.
La de Orlando, el asesinato masivo más importante de la historia norteamericana, agrega 50 más a esa lista ominosa y 53 heridos, algunos de ellos de extrema gravedad. Un problema crónico que se retroalimenta con los crímenes interminables que la Casa Blanca perpetra sin pausa en Medio Oriente y Asia Meridional, lo que despierta en algunos un incontrolable deseo de venganza. Según el New York Times el atacante en bar de Orlando habría llamado al 911 de la Policía poco antes de efectuar su ataque y manifestó su lealtad el Estado Islámico. Testigos aseguran que antes de comenzar a disparar gritó "Alá es grande", aunque hay que tener cuidado con estas informaciones.
Más allá de estas dudas, el matar por matar, o matar para vivir un momento de celebridad, como el cretino que acabó con la vida de John Lennon en Nueva York, o matar a cualquiera para vengar los crímenes de Estados Unidos en su cruzada contra el Islam (como parecería ser la motivación en este caso) se ha convertido en una constante histórica y un síntoma del nivel de locura que prevalece en una sociedad que pretende erigirse como el non plus ultra de nuestro tiempo cuando en realidad es una formación social afectada por una grave patología que, poco a poco, va destruyendo los fundamentos mismos de cualquier convivencia civilizada.
[Énfasis y colorines agregados por DBP]