SIONISMO EN BREVE
Darío Botero Pérez
20110119
En cuestiones de venganzas, el casto José es el maestro. Su lección de venganza no tiene parangón (en mi ignorancia, al menos). Fue el favorito de Jacob (antes de nacer Benjamín).
Este Jacob (quien después se cambió el nombre por el de Israel) fue el segundo de los mellizos paridos por Rebeca, la desnaturalizada madre de Esaú, el primogénito, a quien odió desde que nació, hasta el punto de que su felonía está en la base de los males de la Humanidad diseminados por los sionistas.
Por padre, el par de mellizos son nietos de Abraham y Sara, los semitas que resolvieron arrebatarles a sus parientes camitas las tierras que les habían tocado después del diluvio universal, según asignación de Noé a sus hijos Sem, Cam y Jafet.
Como correspondía a los hijos de un bellaco, los hermanos de José no tuvieron inconveniente en venderlo como esclavo y reportarlo como muerto ante su padre. Pero le fue bien porque terminó en manos de potentados egipcios y supo hacerse un nombre entre ellos (hasta a la mujer de Potifar, capitán de la guardia del faraón, la sedujo con su castidad).
De esta manera, cuando sus hermanos nómadas acudieron a saciar su hambre en Egipto, pudo resarcirse evitando que muriesen de inanición pero cobrándose su venganza al convertirlos en esclavos de los faraones.
Mas, como no hay mal que por bien no venga, entre muchas tareas manuales, los humillados pastores se dedicaron a la construcción de monumentos en honor de dioses ajenos a Yahvé, como las famosas pirámides.
Su labor les permitió adquirir conocimientos esotéricos de diversos orígenes. Así quedó plasmado en sus libros sagrados, aunque sin reconocer las fuentes que, según los sionistas, serían el mismo dios caprichoso que los nombró el “pueblo elegido” y le dictó los mandamientos a Moisés.
No obstante, esculcando la Historia, se descubren antecedentes en las culturas que divinizaron a Zaratustra, Hermes, Mitra, Horus, Buda y otros grandes iniciados.
Incidentalmente, estos notables personajes también se consideran inspiradores de la imagen de Cristo forjada por el cristianismo (en particular, por el católico).
Lo esencial es que ese pueblo de pastores ambiciosos -que Abram sacó de Ur de Caldea con el propósito explícito de expropiar de sus tierras a los cananeos- pasó varios cientos de años como esclavo de los egipcios.
Pero su sacrificio tuvo una recompensa, les proporcionó conocimientos que les han permitido mantener un propósito perverso de destrucción a través de milenios, una vez sacados de Egipto por el taumaturgo Moisés.
Este personaje logró colarse en las altas cúpulas que había ocupado su ancestro José, alcanzando una notable preparación que le permitió guiar a su pueblo en su odisea de libertad, suficientemente dotado para emprender el despojo de sus parientes camitas y de quien osase oponérseles.
Parece que contó con un aliado extraterrestre, encaprichado con este pueblo díscolo y sin dios propio, hasta entonces, pero imitador de lo mejor, carente de escrúpulos y forjador de grandes ambiciones que desea realizar sin importar el precio (siempre y cuando lo paguen otros).
De ahí que a los sobrinos de Esaú (falsos herederos de la creación bíblica) no les moleste precipitar el fin del Mundo, que tan próximo parece a estas alturas cuando ya el sionismo -forjador de las independencias de las colonias americanas y de la creación del estado espurio de Israel- desafía a toda la Humanidad, amenazándola con la extinción de las mayorías y la esclavitud de los eventuales sobrevivientes, en caso de que no seamos capaces de vencerlo.
Su gran obra civil, la gran colonia en América, se las garantiza (tanto la extinción como la esclavitud). Y su propio poder militar, que incluye armas nucleares, se las asegura, en caso de que la Humanidad no sea capaz de confrontarlos, o de que caiga vencida por tan avezados criminales.
Si seguimos guiándonos por las brumas de la fe en dogmas arbitrarios, pronto caeremos al precipicio al que nos han traído los potentados, en particular los sionistas, retrógrados hedonistas egoístas, que se reservan el placer para ellos y sus áulicos, tan ambiciosos y apasionados como ciegos y desalmados.
El gran peligro es que todos ellos están alineados y alienados con la visión apocalíptica que se resigna a esperar pasivamente el fin del mundo, supuestamente decretado por las divinidades de muchas culturas primitivas, de modo que el hombre nada tiene qué hacer para evitar su destino, forjado por demonios impostores disfrazados de dioses.
¿Será verdad que somos impotentes? Cada uno lo debe responder, pues todos somos únicos y, por ende, distintos.
El reconocimiento del Estado palestino y, sobre todo, el indispensable retorno de Israel a los límites previos a la guerra de 1967 (que hasta Putin exige), son indicios de que todavía quedan esperanzas de enterrar la Historia para inaugurar la Nueva Era.
No tenemos que inhumarnos con los criminales caducos cuyo dominio siempre ha sido abominable pero que ahora, por fin, estamos en condiciones de confrontar y de vencer.
No podemos tolerarlos más porque están resueltos a extinguirnos. Tenemos que extinguirlos a ellos como factores de poder. Así de sencillo. Si desean vivir, que lo hagan, pero sin privilegios, como gente no como dioses despóticos, insensibles, megalómanos y sin méritos.