La izquierda, ¿con quién se identifica?
Por Julio A. Louis
“Con los pobres de esta tierra, quiero yo mi suerte echar” (José Martí)
Se publican en diversos medios periodísticos infinidad de opiniones acerca de la situación de Venezuela. Muchas de sedicientes izquierdistas. Por eso, se vuelve necesario exponer las bases filosóficas de las que se parte al abordar la Historia, para interpretar los acontecimientos.
Recordemos el pasado
Escogemos acontecimientos del pasado de los que, en la izquierda, parecería que hubiera consensos. La rebelión de Espartaco (73-71 A. C.) - muy anterior al concepto de izquierda -surgido durante la Revolución Francesa- goza de su simpatía. Salustio -historiador latino (86-34 A. C.) expone la masacre en masa de los esclavistas y las crueldades cometidas por los esclavos en libertad. Empero, Marx escribe: “Espartaco figura aquí (en Apiano) como el tipo más extraordinario que nos muestre toda la historia antigua.” (1). Es que el odio de clase acumulado explica esas crueldades. Mas lo sucedido en la rebelión de Espartaco no es excepcional. La primera rebelión de esclavos en Sicilia estalla entre los años 136 a 132 A. C. en la ciudad de Enna. “El odio de clase, reprimido durante mucho tiempo, se manifestó en las formas más agudas: casi toda la población libre fue muerta (pero) algunos esclavistas que eran famosos por el trato humano que tenían para con sus esclavos, fueron dejados vivos.” (2)
Pasemos de la antigüedad a la época colonial de Nuestra América. Después de la revolución de la independencia de Estados Unidos, viene la haitiana, guerra social que enlaza la lucha emancipadora de los esclavos con la lucha anticolonial. Toussaint-Louverture extiende su poder en la isla, en el territorio francés (1794-1795) y en el español (1801, hoy República Dominicana). Adopta medidas para reorganizar la producción y el trabajo; pero entre la aspiración de abolir la esclavitud -y elevar la condición humana de los liberados- y las medidas inmediatas a las que se ve obligado (la emancipación social choca contra la necesidad de reflotar la economía) se genera una contradicción insalvable.
Por de pronto, impone reglamentos de trabajo coercitivos, y al adoptar esas medidas, cuenta con la inmediata adhesión de los antiguos colonos y sus administradores, por lo que, desde entonces, su poder se basará en la alianza de nuevos latifundistas negros -con frecuencia, los generales que recibieron las plantaciones de los contrarrevolucionarios, - con los viejos latifundistas blancos. El contenido social de la Revolución se desvirtúa. Ésta y otras contradicciones, facilitan la restauración del poder imperial francés. Por otra parte, Toussaint se rodea de fasto, vive en una mansión con ribetes versallescos, demostrativo que los nuevos gobernantes imitan el viejo orden. Todas esas rebeliones son ferozmente reprimidas.
Son ejemplos separados casi por veinte siglos, en lugares diferentes, con formaciones económicas y sociales distintas. Podríamos agregar varios de las revoluciones de los últimos siglos, la francesa, la hispanoamericana o la rusa. Ahora bien: con una mirada retrospectiva, y sin negar errores y horrores criticables de sublevaciones y procesos revolucionarios de las clases explotadas, nos identificamos con ellas, y partimos de la base que la lucha de clases es el motor de la historia.i No cabe la neutralidad entre Espartaco y los esclavistas, Toussaint Louverture y los negreros colonialistas, los regímenes del “socialismo real” y los agresores capitalistas, y hoy, la lucha en Venezuela.
Ubiquemos el presente
Sí, llegamos a Venezuela, donde “no están todos locos” como afirma Mujica. Consideremos que los negros y los “pardos” -mulatos, zambos y mestizos comprendidos- son la mayoría de la población, y que la mayoría de los blancos, despectivamente han sido llamados “blancos de orilla” (artesanos, comerciantes, asalariados) por su cercanía con los negros y pardos. La segregación económica, social, política, cultural, ha sido una constante, y factor decisivo para la victoria de Chávez. Conocer ese pasado es básico para captar la feroz lucha actual, que tiene a Venezuela en América del Sur, como el principal escenario del combate entre dos grandes bloques político-sociales, después que Brasil volviera al redil norteamericano.
Por un lado, el del capital trasnacional, los socios locales y su séquito de funcionarios civiles y militares, con Estados Unidos como su principal expresión estatal, en tanto el 45% de las 500 principales empresas trasnacionales son de capitales estadounidenses; esa ”oligarquía”-así la llama Samir Amin- desde el Club de Bilderberg fija la orientación de los organismos rectores de la economía y de la política internacional. A su frente, un bloque popular heterogéneo: “Sin una clase obrera estructurada y poderosa, el punto de apoyo chavista recae en las comunas, el campesinado, la población de las periferias urbanas, el funcionariado público, los movimientos feministas, juveniles, LGBT, las fuerzas armadas y parte de la burguesía” (3). Es un bloque fuerte, y a la vez, limitado. Con la principal limitación, comparado con el enemigo, de que no tiene un centro mundial rector. Y para vencer, en cualquier país o región, se requiere el apoyo internacional, representativo de las grandes mayorías trabajadoras.
Los Estados imperialistas, en especial, Estados Unidos utilizan su potencial militar para imponerse. Donde tiene aliados desestabilizan los procesos que se le oponen, y esperan definiciones internas, sea en Ucrania, Brasil o Venezuela; cuando carecen de ellos, intervienen directamente, sea en Iraq, Libia, Siria o Afganistán.
En tales circunstancias, es tan desigual el enfrentamiento que, por más proezas de los pueblos, el imperialismo lleva las de ganar, a menos que el país agredido sea asistido, por auténticos intereses revolucionariosii, o por las luchas entre potencias, hoy, con el apoyo de China y Rusia. Por ende, la desigualdad presente entre las fuerzas en pugna frena los procesos de intención revolucionaria (Venezuela, Ecuador, Bolivia) y más aún, los meramente progresistas (los países del Cono Sur) y los empujan a extender sus alianzas a sectores de la burguesía, con los riesgos inherentes.
¿Estamos al servicio de quién?
Cuando los pueblos de Nuestra América sufren reveses, que inician una época contrarrevolucionaria, es tarea de los trabajadores -o de los estudiantes, que en su mayoría lo serán, o de los jubilados y pensionistas que su mayoría lo fueron- reflexionar para reconstruir sus organizaciones sociales y políticas. Y comprender, que la principal batalla que estamos perdiendo, es la ideológica. El notorio avance en las políticas sociales ha mejorado las condiciones de vida de los sectores mas sumergidos de la población, sin que simultáneamente se acrecentara su conciencia de clase.
Cuando a muchos les resulta indiferente la pobreza en la niñez, las personas de diversas edades viviendo en las calles; cuando los explotados agudizan su alienación individualista y consumista, se crean las mejores condiciones para la victoria del fascismo, que renace en diversos países del mundo. Cuando los pueblos se movilizan -caso de las marchas de silencio exigiendo verdad y justicia ante los crímenes de las dictaduras de la Seguridad Nacional- se fortalecen las esperanzas. Convengamos en que la solidaridad, la economía social, la planificación, el socialismo son conceptos extraños a amplios sectores del pueblo trabajador.
Por fin, subrayemos el error obsesivo “por el arriba”, por el aparato estatal y sus puestos de mando, lo que magnifica el valor de las elecciones. Los partidos de izquierda pierden sus fundamentos ideológicos para cazar votantes. Sin desconocer la importancia de la lucha por acceder el aparato del Estado, habrá que valorar más la militancia “en el abajo” de las organizaciones sociales, culturales, deportivas, etc., ésas que tienen mayor cercanía con las clases y sectores populares. Para ello, es preciso reforzar el estudio del materialismo dialéctico y de otras concepciones solidarias, que combaten al ego individualistaiii. Y profundizar el combate contra el sistema capitalista, que caerá por la confluencia de sus contradicciones, por la degradación irresponsable de la naturaleza, y por la acción consciente de la clase trabajadora y otras clases y sectores populares. La contradicción principal de la época se dirime entre ellas y su aproximación al socialismo o, los intereses del bloque del capital trasnacional que acomoda la “democracia” a su conveniencia, sea en Brasil o en Venezuela.
NOTAS
(1) Carlos Marx. “Carta a Engels” del 27 de febrero de 1861. En “Correspondencia Marx-Engels”. Nota del Autor. Apiano es un historiador griego del siglo II.
(2) S.I. Kovaliov. “Historia de Roma”. Tomo II. “La República”.- Página 196. Editorial Futuro.
(3) Rodrigo Alonso. “El mismo laberinto”. “Brecha”. 7 de abril de 2017.
jlui@adinet.com.uy
Tomado de Barómetro Latinoamericano
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[Énfasis, colorines y tres notas críticas extra texto, agregados por DBP]
Tres notas críticas,
de DBP al escrito original de Julio A. Louis:
i Violencia sin vigencia
“Son ejemplos separados casi por veinte siglos, en lugares diferentes, con formaciones económicas y sociales distintas...y partimos de la base que la lucha de clases es el motor de la historia”.
DBP: “Y que la violencia es su partera”. Por eso insisto en que la Historia es un período que no supera los diez mil años (quizás ni cinco), cuyo fin llegó y nos desafía con la extinción, si no lo superamos concertando colectiva y democráticamente nuevos paradigmas igualitarios, tolerantes, equitativos y solidarios, propios de una era de civilización humana que exalte los valores que le atribuimos a la especie; pero que los sicópatas desmienten y pisotean, para consternación de los mansos de corazón, que son la mayoría.
ii Poder popular directo
“...es tan desigual el enfrentamiento que, por más proezas de los pueblos, el imperialismo lleva las de ganar, a menos que el país agredido sea asistido, por auténticos intereses revolucionarios”
DBP: El poder de los pueblos los ha de sacar del atolladero. “... para vencer, en cualquier país o región, se requiere el apoyo internacional, representativo de las grandes mayorías trabajadoras”, dice el escrito que analizo. Así recupera las tesis del Internacionalismo Proletario, que apoyaban el Socialismo en un solo país para justificar la Revolución Soviética, buscando superar la talanquera teórico política, de gran trascendencia, de que debía ser mundial para triunfar, como lo había señalado insistentemente Carlos Marx.
De modo que es una tesis fundamental del maestro ateo y judío, que errores tuvo pero tanto ha contribuido a entender la Historia como un proceso que no depende sólo de caprichos idealistas; aunque también interviene la voluntad de los hombres, como lo demuestran actualmente los sicópatas del 1% que imponen el Neoliberalismo, de modo que parece como si la decisión de algunos héroes fuese el motor de la Historia en vez de los sustratos productivos novedosos.
O sea, el cambio objetivo en las relaciones entre los sujetos sociales depende, en última instancia, no en todas, se entiende, de las nuevas maneras de producir que mejoran la productividad de forma significativa, de modo que exigen el cambio de las relaciones de producción, hasta ahora inicuas y jerárquicas, que estamos en condiciones subjetivas de emprender, una vez conocida la falsedad, corrupción e inutilidad de los impostores, que gobiernan despojando a las mayorías del poder que les pertenece colectivamente, pero que no han podido ejercer nunca en las sociedades piramidales dominantes en la Historia.
Con su poder insano y degenerado, de sicópatas como Trump, impiden que la Humanidad coseche los frutos de las avanzadas fuerzas productivas alcanzadas, que son patrimonio y fruto común, y cuyo desarrollo es la base revolucionaria real que exigía el científico materialista para que fuese posible una Revolución Verdadera del Modo de Producción, en vez de sólo un cambio de régimen político bajo el mismo modelo piramidal que siguen queriendo reproducir los politiqueros, felices gobernando y lucrando personalmente de su sacrificio.
El aporte de algunos individuos que posan de superiores -con su talante y estilo personal- en las sociedades autocráticas que despojan a las mayorías de su iniciativa política, sigue determinando muchas formaciones sociales reales, aunque la “última instancia”, tan definitiva, pretenda negarlos, cuando la interpretamos de manera dogmática, cerrando los ojos a la realidad política y la diversidad de formaciones sociales existentes, negando el papel de los caudillos, o de los pueblos, en su formación y consolidación, según el carácter igualitario o autoritario que exhiban.
Con la actitud sectaria de quienes sólo reconocen la última instancia, terminamos apabullando ideas sensatas de socialistas y anarquistas utópicos, como Roberto Owen, Claudio Enrique Saint Simon, Pedro José Proudhon, el mismo Tomás Moro, o los ácratas Miguel Bakunin, Curzio Malatesta y Pedro Kropotkin; a quienes podemos recuperar para construirnos el mejor estar para todos, aprovechando y decantando sus aportes, en vez de desecharlos por idealistas, pues son tan valiosos como los de las sociedades desarrolladas al margen del absorbente eurocentrismo, que nos agobia, impidiéndonos apreciar las valiosas experiencias antropológico-socio-económico-políticas, étnicas y etológicas de nuestras gentes precolombinas, de las que algunos retazos quedan.
Rechazar las utopías como vanas ilusiones pequeño burguesas, fantasiosas, idealistas e irrealizables, constituye un prejuicio marxista que procede, al analizar los modos de producción, como si todas las sociedades no fuesen obras convencionales, muy al gusto de los potentados; o de las comunidades concertadas en Asamblea Constitutiva de una organización social digna, pues también han existido, aunque Marx las subestime e ignore como vías válidas de desarrollo humano colectivo, porque no se ajustan al modelo euro centrista que todos deberíamos seguir (esclavismo, feudalismo, capitalismo), según postula la rigidez interpretativa del Materialismo histórico, convertido en un axioma dogmático e inoperante.
Dichas sociedades ideales, cuya existencia es cierta y nos orienta, reconocen y respetan la igualdad y la singularidad de los individuos que las conforman, como en el legendario imperio de Malí, por ejemplo, posible inspirador de los valores de igualdad, libertad y fraternidad que jalonaron a las masas, en trance de convertirse en multitudes conscientes, para apoyar la Revolución Francesa del siglo 18, cuyo triunfo se logró pero pronto el ejercicio del gobierno se le birló a las masas mediante la genial democracia representativa, que garantizaba la dictadura burguesa con visos populacheros pero realmente regida por una aristocracia nueva, la del dinero, actualmente monopolizada por los Rothschild y demás banqueros ladrones, acaparadores, depredadores y letales.
Abordo el tema debido a su importancia para orientar la lucha de manera acertada, en vez de repetir los errores de la Historia, reproduciendo sus paradigmas inicuos; y prolongándola, cuando llegó la hora de enterrarla para remplazarla por la Sociedad Democrática Global.
Pero el poder de los pueblos, que incluyen a las despreciadas clases medias y hasta a patronos justos y humanos, debe expresarse mediante el ejercicio de la Democracia Directa, de la manera más global y simultánea posible, no sólo por las clases trabajadores ni, mucho menos, exclusivamente por el proletariado, suplantado o materializado por los revolucionarios profesionales.
Así, mediante esta suplantación impuesta exitosamente por Lenin tras su intento de asignar todo el poder a los soviets, la noción de proletariado dejó de ser una categoría analítica sugerida por el poeta judío, Enrique Heine, a su amigo intelectual, también judío, que se la endilgó a los obreros industriales hacinados en las fábricas incipientes del siglo 19, graduados de revolucionarios per se, mientras nadie más lo sería consecuentemente.
Los fieles al dogma en vez de al método marxista, insisten en seguir reservándole, casi con exclusividad, pues admiten campesinos a regañadientes, la Revolución Comunista al mítico proletariado, que sería lo máximo en fuerza humana revolucionaria. Doctrinalmente impiden que cada ciudadano intervenga, así sea uno de los oligarcas que engañan y fanatizan a las masas, impidiéndoles que se asuman y actúen como multitudes formadas por seres pensantes y dignos, capaces de argumentar y destruir falacias y sofismas en vez de ocultarlos o impedir que sean expresados, como sucede al intervenir y distorsionar la señal de CNN en Español.
Es lo que procede en una sociedad democrática, en vez de huirles como al demonio a los contradictores, cuando sus argumentos e intereses son deleznables frente a los intereses comunes, violados, desestimados, pisoteados y desconocidos, cuando no simplemente adulterados, por los gobierno piramidales de todas las ideologías.
Tras una experiencia revolucionaria que debe empoderarlos al elevar su nivel político, tales ciudadanos lúcidos serían los que se están expresando en Venezuela: “Sin una clase obrera estructurada y poderosa, el punto de apoyo chavista recae en las comunas, el campesinado, la población de las periferias urbanas, el funcionariado público, los movimientos feministas, juveniles, LGBT, las fuerzas armadas y parte de la burguesía”, como lo sostiene el texto en comento.
Pero es indispensable que la lucha no sea sólo de Venezuela, ni reducirla a solidaridades teóricas, retóricas o emocionales, inútiles e incapaces de incidir en la realidad de manera revolucionaria, pues los enemigos son comunes y globales, de modo que es necesario atacarlos al mismo tiempo en todas partes.
La simultaneidad de la Revolución, en tantos países como se pueda, garantiza que la victoria multitudinaria no pueda ser masacrada por parcial, aislada o nacional, como está sucediendo en Siria. Y en los demás países donde la población protagonizó la ejemplar Primavera Árabe, cuyas banderas tenemos la obligación de recoger, frustrando las ambiciones de tantos politiqueros dispuestos a suplantarnos, para gobernarnos y corromperse, como los citados por Julio A. Louis en su repaso histórico tendiente a justificar las canalladas de los poderosos (Toussaint-Louverture y los demás afectados por el Axioma de lord Acton), que son quienes acceden al poder a nombre de cualquier clase social.
Recomiendo ver, entre otros, pues son obsesiones viejas y generales, ajenas al oportunismo politiquero que hace tan deleznables a los impostores arribistas, los siguientes ensayos:
GADAFIS, ESCLAVITUD PROLETARIA E IGUALDAD SOCIAL
POTENTADOS O VIDA, TU DECIDES - Por Darío Botero Pérez
PODER POPULAR GLOBAL x:Darío Botero Pérez
iii Capilla revolucionaria o soberanía individual
“ego individualista” es el pecado de los pequeño burgueses, despreciados por los revolucionarios orgánicos y profesionales (que dirigen los partidos proletarios) porque carecen de las altas cualidades del abstracto proletario impoluto, puro, ejemplar, inexistente pero rentable para politiqueros de izquierda, en particular los marxistas, que actúan como cualquiera cuando disponen de poder.
Son quienes señalan de pecadores a los demás, de modo que les recetan lavados de cerebro, o procesos de reeducación ideológica de clase; como la famosa Revolución Cultural promovida por Mao Tse-Tung en China Continental, la dizque Comunista.
La represión masiva de orden cultural fue una réplica de los gulags de Stalin, también bastante usada en los países “socialistas” de los Balcanes y en todas las dictaduras proletarias, que desprecian a los demás seres humanos porque no seríamos consecuentes revolucionarios, pues los librepensadores introduciríamos mucho desorden en los planes centralizados y técnicamente infalibles, impuestos por las jerarquías del partido (o por las élites de tecnócratas en la sociedad industrial, descrita por John Kenneth Galbraith y usada para estas observaciones).
Dichas prácticas represivas y discriminatorias han sido típicas de los partidos comunistas posteriores a Carlos Marx. Estigmatizan a quienes actúan de manera autónoma, llenos de individualismo aunque dispuestos a trabajar unidos con quienes defiendan intereses y visiones semejantes a las propias, como iguales jurídicos pero biológicamente únicos e irrepetibles, como individuos dispuestos, sin someterse a disciplinas ajenas, a defender, sin negarse a unirse a otros para lograr objetivos comunes, su individualismo -que no ven como un pecado sino como una virtud expresiva del instinto de conservación, requerido por todo ser vivo para no perecer muy pronto y mejorar sus condiciones de vida, lo cual es totalmente legítimo aunque los regímenes totalitarios lo detesten.
Se trata de modelos fracasados por razones objetivas, que darían lugar a discusiones bizantinas, inaceptables cuando la Democracia Directa es reconocida como el derecho de cada ser humano a intervenir en la política, libremente, sin constreñimientos ni catecismos que deba acatar para poder hablar sin correr riesgos de reeducación, típicos de los regímenes totalitarios de todas las ideologías, ya sean laicas (como la que dirige las cárceles en Guantánamo, Cuba) o teológicas (como las de los iluminados Erdogan en Turquía y Assad en Siria).
Como antídoto al proletarismo heroico, radical, intolerante y mendaz, he escrito varios ensayos.
Aleatoriamente recomiendo leer Teoría General de Igualdad y DICTADURA ESPECIFICA, que fueron publicados por varios portales y conservan su vigencia. Su propósito es atacar el marxismo hirsuto, de capilla, congelado en el tiempo pese a la dialéctica que inspiró a su padre, quien afirma que la verdad es histórica, temporal, transitoria, pasajera, relativa a unas circunstancias volubles, que conviene entender, admitiendo que cambian y tratando de identificar la forma en que lo hacen y su nueva apariencia.
Al respecto, un destacado librepensador, que enfocaba la economía con sentido común, confrontando sus hipótesis y modelos con la realidad sensible, tuvo a bien burlarse del dogmatismo de los materialistas ateos cuando se negaron a aceptar que el protagonismo del capitalista clásico ha sido superado por el protagonismo de los directorios y la tecnocracia en el nuevo Estado industrial.
Se trata de algo que, tras cincuenta años de formulado, ya puede haber sido superado, cuando la riqueza se concentra en menos de cien plutócratas a cuyo servicio está esa tecnocracia, y cuyos intereses son especulativos más que productivos. Se enfocan en la economía formal o falsa o financiera, propiamente conocida como crematística, despreciando la economía real, que degeneran usando las empresas como fichas de casino a disposición de los inversionistas especuladores, carentes de espíritu empresarial o emprendedor, pero excelentes tahúres.
A éstos no les interesa que las empresas con que trafican hayan surgido del esfuerzo conjunto de empresarios y trabajadores, presentados por el marxismo decimonónico desarrollado por el maestro revolucionario, como enemigos irreconciliables y necesariamente antagónicos por la clase social a la que pertenece cada uno.
Es una observación tan aguda y reveladora en su momento, como anacrónica y falsa ahora, pues ha variado por varios motivos materializados en la economía verdadera, la productiva, actualmente subyugada por la financiera, de modo que los banqueros han resultado siendo los enemigos comunes de patronos y trabajadores. Pero no sólo de estos presuntos rivales, sino de las mayorías humanas de todas las clases sociales, tanto como de la biosfera y la Vida en general.
Es una realidad constatada por la observación científica ajena a dogmas, lo cual introduce diferencias entre los potentados de ahora y los de hace cincuenta años, cuando John Kenneth Galbraith publicó la primera edición de su libro El nuevo estado industrial, poniendo en duda la contradicción obrero capitalista como fundamental en ese nuevo Estado industrial.
Su observación es todavía más cierta ahora, en el presente, para los que estamos vivos, cuando el Estado industrial ha roto fronteras imperiales, convertido en el Nuevo Orden Mundial al servicio incondicional del 1% impune totalmente, conformado por sicópatas desalmados y depredadores, plutócratas carentes de ánimo creativo pero con ansias de enriquecimiento insaciables y mortales.
Bien claro estableció la necesidad del análisis concreto de la realidad concreta, sustento del materialismo histórico y dialéctico, al final de las revisiones a la primera edición de su libro, al afirmar que “El mundo continuará cambiando, y más rápidamente, sin duda, que la economía que lo interpreta y describe” (John Kennet Galbraith, El nuevo Estado industrial, Madrid, Ed. Ariel, 1984, p. 44)
Pese al rigor rígido e idealista de los marxistas dogmáticos, que siguen viendo el capitalismo como era en el siglo 19, ahora hay robots, impresoras 3D y otras tecnologías que permiten producir sin acudir a obreros. Ciertamente, el Little Bang se impone con sus bits, átomos, nanotecnología y genes, tan alejados de la mecánica clásica que sigue inspirando a los analistas dogmatizados, convencidos de las fuerzas invisibles del mercado cuando éste lo manejan a su arbitrio los potentados y el consumidor es impotente ante las artes de seducción que lo degeneran y corrompen.
Esta realidad abre alternativas de civilización interesantes, que los miopes no ven, pero que desde el capítulo primero de su libro de hace 50 años, Galbraith descubrió y redactó con palabras que parecen recientes, pues se han convertido en ideas comunes corroboradas por la experiencia sensible cotidiana de la gente normal, que se las apropia sin dolor: “Las máquinas han seguido sustituyendo la nuda fuerza de trabajo humano, y sustituyen incluso cada vez más las formas nudas de la inteligencia humana, a medida que han sido capaces de dictar instrucciones a otras máquinas”. (id p. 45)
¿Quién podría negarlo sin ser dogmático e incapaz de entender la realidad que le encantaría transformar como revolucionario consecuente, en sus sueños, al menos?
Desde luego, esa indispensable interpretación acertada de la realidad es fundamental para transformar la sociedad en el sentido deseado por las mayorías. Pero será inalcanzable si los revolucionarios dogmáticos se niegan a interpretarla sin prejuicios ni preconcepciones rígidas y admirables, en las cuales “La verdad tiene como criterio no lo que existe, sino la valentía, y la valentía se mide por la disposición a seguir al indisimulado Marx hasta el final” (Ibíd. p. 37)
DBP
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